viernes, 13 de diciembre de 2013

Historia de un gato callejero (Cap.I): Cuando Jaleo encontró a Edi

La vida en la calle es dura para cualquiera. Los gatos están tristemente acostumbrados a ella, pero eso no signifique que les guste. Esta es la historia de Edi, una gata callejera de mi barrio de Montevideo y sus peripecias de supervivencia, amor humano y territorialidad. 



Edi es una gatita negra común de pelo corto que debe rondar los 4 añitos, quizá algo más. Viene a nuestra finca a comer a la casa de un señor de 91 años, el Sr. Fernández, que vive en uno de los apartamentos del bajo. Desde hace tres años -según él mismo me dijo- alimenta a la pequeña dos veces al día, compadecido por su lamentable estado cuando la vio por primera vez rondando: "Era piel y huesos", recuerda con una mirada acuosa de anciano encantador. Fernández le ha salvado la vida y ella lo sabe. Se adoran. Él le da de comer dentro de su casa en un platito especial que le ha preparado y ella se deja invitar y pasa por la ventana como Pedro por su casa. A mí me recuerdan a Heidi y su abuelo en versión carne y pelo. 

Edi frente a la ventana de Fernández que está viendo fútbol como buen uruguayo

Como el pobre Fernández está bastante sordo, al poco de llegar yo oía a la gatita por las mañanas frente a su ventana maullando de hambre. No tardé ni un segundo en bajar con piensos de mis gatos a darle una parte a ella. Esto fue hace cinco meses y desde entonces nuestra relación ha evolucionado desde su prudencia y distancia preventiva (se escapaba cuando intentaba tocarla) hasta la confianza y el cariño mutuo. Ahora me sigue, me deja cogerla y acariciarla por la barriguita, la cabeza y el pecho. Además... ¡me ronronea! Pero lo que más me emociona es que reconoce mi voz y su nombre. Graham y yo la bautizamos Edi por Edificio. De hecho le hemos dado un nombre mucho más largo y aristocrático: Edi Tita Ficio Fernández de Lamas Guapa. Tita es como la llama Fernández por Gatita, Ficio (la segunda parte de Edi-ficio), Fernández por su abuelito, Lamas es el nombre de la calle y Guapa, porque lo es. 


Edi, La Más Bella

Su vida transcurría con normalidad, excepto por una vecina tocafelinos que me llamó la atención por darle de comer argumentando "que estaba prohibido" y afirmando que "a nadie le gusta ese gato". Se puso tan maleducada e impertinente que no le di bola, pero desde entonces estoy preocupada por Edi. La suso dicha es propietaria de varios inmuebles y muy mandona en el edificio, capaz de llamar a la perrera y llevarse a la gatita por la fuerza. Pero por ahora, esa no es la máxima preocupación de Edi: es Jaleo


No me llames Jaleo, llámame Jal, el que siempre va solo por Montevideo buscando follón


El 11 del 12 del 13, amaneció soleado y con un gato atigrado de pelo largo pegado al rabo de Edi como un perro faldero. Ella intentaba inútilmente espantarlo pero él se alejaba unas patitas y volvía a acosarla, arrebolado por una atracción irrefrenable. Edi está castrada (a Dios gracias, sino ya me veo a Farruca haciendo de canguro de sus bebés) por eso sospechamos que era gata de casa o gata castrada por alguna asociación animalista y devuelta a la calle. 
Jaleo, de nombre aflamencado y precursor de problemas, está hecho unos zorros: tiene el pelaje sucio y desmarañado, está muy delgado y famélico, es muy asustadizo y tímido, pero no agresivo. 


Aunque no busco jaleo, él me busca a mí


Claramente, quiere compartir el reino de Plaza Da Vinci (así de pomposa se llama nuestra finca) con Edi convirtiéndose en su consorte. Ella le rechaza con bufidos y algún levantamiento de pata que no llega a mayores. Ninguno de los dos tiene tendencias asesinas. Más bien lo contrario: ambos están humanizados, Edi más que Jaleo. 


Te vigilo y sé dónde vives, linda gatita

Ese día de primer encuentro, él no la dejó ni a sol ni a sombra: quería comer lo que ella comía, sentarse donde ella se sentaba, la observaba bien de cerca y se acercaba peligrosamente, arriesgándose al rechazo con arañazo. 
Les dimos piensos por la mañana, por la tarde y por la noche. También Fernández, que estaba preocupadísimo por la presencia de este nuevo pretendiente de su protegida e intentaba espantarlo con gestos aireados. Aunque ella sola se llega y se sobra para defenderse...


¡¡Que no te comas mi comida, cacho perro!!

Enviadiosaaaa, la han puesto para mí

Por la noche a eso de las 23.30h, nos esperaban delante de nuestra puerta. Jaleo seguía famélico y muy inquieto: comía dos piensos y miraba alrededor a ver si aparecía alguien más a reclamárselos. Este comportamiento me lleva a pensar que ha sido expulsado de otro territorio por un macho más fuerte y violento. No me extraña: él parece el peluche sucio y abandonado por una niña revoltosa. 
Al día siguiente, seguían juntos pero no revolcados. Edi estaba mucho más gruñona con él y Jaleo más envalentonado. Pero siguen compartiendo plato y servilleta, para disgusto de Edi que no sabe cómo sacárselo de encima. 


A la cola, bonito, que tú eres el nuevo

Hoy no he visto a Edi y estoy algo preocupada. Encontré a Jaleo escondido entre unos matorrales del jardín, muy asustado y temeroso. Le di de comer, devoró con ganas y pude tocarlo. Al terminar sus piensos se puso a jugar con un bichito entre los árboles. Pero de Edi, ni rastro... 

Esta historia me preocupa: no sólo por la relación que se genere o degenere entre los dos gatos, obligados por la calle a mal compartir el mismo territorio, sino por la animadversión de algunos vecinos hacia ellos. Lo último que deseo es que Edi y Jaleo se conviertan en la versión felina de Romeo y Julieta. Se masca la tragedia, llamadme bruja. Ojalá me equivoque por su bien...

Bufff, vaya plasta de gato. Me tiene negra...

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